Hola a todos
Estamos en la recta final del próximo curso de verano que comienza el próximo lunes, "El Desarrollo Trascendente: explorando la dimensión espiritual del desarrollo". Hoy finaliza el período de inscripción.
Un aspecto interesante respecto a los cursos de verano es la incertidumbre de saber si se impartirá o no, dependiendo de si el número de inscripciones y participantes es suficiente. Por suerte somos suficientes para poder llevarlo a cabo, no creo que se produzca una avalancha de última hora ;-), así que ya puedo expresar las ganas que tengo de que llegue el lunes.
Lo que quería ahora era compartir los antecedentes de un curso como éste, de dónde vino la idea, cuál es mi experiencia previa sobre este tema, o mi interés. Y no es algo que ya tenga pensado de antemano. Justamente quería aprovechar para explorarlo, como un ejercicio personal previo al curso que quiero hacer.
En Diciembre es cuando tenemos que enviar las propuestas de los cursos. Eso implica pensar con antelación qué crees que te va a apetecer o interesar cursar unos seis meses después. Y este año no se me ocurría nada. No había ningún tema que me interesara especialmente, al menos no los habituales sobre los que investigo: transiciones, cambios de identidad, etc... Recientemente los habíamos trabajado y considero que a un gran nivel, por lo que pensaba que convenía dejarlos reposar un poco.
De repente me vino a la idea que por qué no explorar aspectos relacionados con la espiritualidad y vincularlos con el desarrollo. Al principio lo rechacé, porque pensaba que sería un tema muy raro para trabajarlo en un contexto universitario. También porque pensaba que era un tema que no interesaría a nadie: no son buenos tiempos para la lírica... O tal vez, quién sabe, justamente sean excelentes tiempos para la lírica.
Recuerdo que por esas fechas, recién estrenada la idea peregrina del curso, quedé con Paloma en el Portón para charlar y ponernos al día, y compartí con ella lo del curso. Quería sondear a ver qué le parecía, atendiendo principalmente a su primera reacción no verbal. Y me parece que se sorprendió por el tema, aunque no le vi especialmente interesada por el mismo. Algo comprensible, que dependería en todo caso de con qué conectamos esto de la espiritualidad.
Pensándolo ahora, la mayor influencia que tuve para plantearme este curso vino en Noviembre, con el seminario sobre el legado de la obra de Gregory Bateson "Una Ecología de la Mente". La verdad es que dicho seminario tuvo un notable impacto en mí. Disfruté mucho volviendo a revisar muchas ideas de uno de mis autores favoritos, y desde luego, escuchando a otras personas que compartieron qué habían elaborado a partir de la obra de Bateson, especialmente John McWhirter y la propia hija de Bateson, Nora.
Un tema recurrente y bastante controvertido con la obra de Bateson tiene que ver con la (discutible) traducción de su obra "Mind and Nature", traducida al castellano como "Espíritu y Naturaleza". Cada vez que en la obra aparece la palabra "mind" el autor la traduce por espiritual. Por ejemplo, en vez de hablar de procesos mentales, el autor habla de procesos espirituales, lo que ciertamente chirría un poco, al menos a mí, y creo que no soy el único.
No obstante Bateson sí estaba desarrollando ideas muy complejas e interesantes acerca de qué podemos considerar como mente, sobre todo generando una sensibilidad especial, muy ecológica, acerca de cómo estamos conectados con todo lo que nos rodea (objetos, animales, personas, el universo, etc....). La idea está bellamente recogida en la cita famosa de:
“¿Cuál es la pauta que conecta al cangrejo con la langosta, a la orquídea con la rosa, y a los cuatro conmigo? ¿Y a mí y a ustedes con la ameba, en un extremo, y con el esquizofrénico, en el otro?”
En la película que filmó Nora sobre la obra y vida de su padre, creo que se reflejaba bien esta idea sobre la importancia de conectar, de relacionar, de sensibilizarse al menos ante esta posibilidad de cómo nos relacionamos o no estamos relacionando.
Estos procesos de "relacionar" (por ejemplo diferenciando y diferenciando sobre diferencias) son una de las bases de su trabajo, y de su explicación de esta estructura tan compleja que denominamos "mente", y que en absoluto se limita a estar encapsulada en un cerebro individual. Recuerdo que tras ver la película me encontraba mucho más sensibilizado a interactuar atendiendo mucho más en términos de relaciones y procesos de relacionar. Duró un poco, pero fue una experiencia bastante significativa. Desde ahí vi la posibilidad de conectar esto con la creación de lo que comúnmente forma parte de lo que se denominan experiencias espirituales, que consiguen llevarnos más allá de lo aparente, de lo cotidiano, del hábito, de la falta de conciencia.
Posteriormente, desde Diciembre he podido ir leyendo muchos libros que han desarrollado este tema, comprobando cómo estas intuiciones ya las habían ido desarrollando otras personas, por ejemplo Kenneth Gergen en su libro "The relational being".
Pero mis antecedentes van más allá de esto. Vamos a explorar brevemente algunos de ellos.
En el mundo anglosajón, en EEUU sobre todo, es bastante natural encontrar cursos y estudios sobre la experiencia religiosa. De hecho, la Psicología de la Religión es una disciplina bastante consolidada. Pero que yo sepa, en nuestro contexto académico, no hay muchas asignaturas vinculadas con este tema, desde el punto de vista de la psicología. Siempre que voy a un Congreso Internacional encuentro simposios sobre este tema, por ejemplo, estudiando niveles de madurez a la hora de comprender y vivir el fenómeno religioso, integración de filosofías orientales y occidentales, etc...
En España me temo que nuestra experiencia con la Iglesia Católica no ha ayudado mucho a tratar estos temas con la seriedad y complejidad que se merecen. O para qué se va a tratar si ya están ellos para tratarla, o a lo mejor es algo que corresponde a la Teología, o es un tema sobre el que no se puede discutir, una vez te topas con algún dogma de fe incuestionable (que desde luego poco tiene que ver con los procesos de indagación científicos). Y no porque no haya personas interesantes, por ejemplo el teólogo Juan José Tamayo en nuestro país, Enrique Miret o Hans Küng. Siempre he leído con interés los dabates mantenidos contra la cúpula de la institución, así como dicha cúpula los ha maltratado (por ejemplo, siempre me ha llamado la atención que siga existiendo la posibilidad de excomulgar a alguien, por pensar de manera diferente, y no siempre por actuar diferentemente, pero ése es otro tema).
Yo fui a un colegio religioso, bueno, a dos. Pasé dos años en el colegio de los padres Salesianos de Villena, y unos 12 años en el colegio San Pedro Pascual, de Valencia. En ambos recibí lo que podríamos denominar una formación católica (no había mucha opción por aquél entonces, mucho menos habiendo estado matriculado en dichos colegios). Así que hice la comunición, de vez en cuando iba a misa (eso de comulgar y poder hacer algo que antes estaba prohibido y sólo lo podían hacer los mayores, era interesante en mi niñez), participaba en las actividades de mi parroquia, tenía un grupo de amigos en ese círculo, etc... etc... La verdad es que en ese momento el mundo de la religión y la espiritualidad era algo que vivía con cierta inercia (es lo que había que hacer porque todo el mundo lo hacía y ya está). Mi relación con lo religioso se reducía a una conexión con alguien (Dios, Jesús) con quien me relacionaba especialmente cuando quería pedir algo mucho, cuando reflexionaba sobre mí (en un contexto de rezar, que es un componente interesante me parece, no muy bien explotado al limitarlo sólo a seguir rezos concretos, por ejemplo), etc...
La cosa se empezó a problematizar, cómo no, en la adolescencia. Sobre todo por dos cuestiones. La primera tenía que ver con decidir si me confirmaba o no. Durante los 14, 15 y 16 años me separé bastante de todo lo religioso. No tenía tiempo con todas mis otras exploraciones en otras áreas, sobre todo salir con mis amigos y divertirme: la música, las mujeres, los bares, el mundo de la ebriedad, me parecía mucho más interesante. No obstante, en tercero de BUP, por la relación que tenía entonces con uno de los profesores de religión del colegio (y también sacerdote), que me caía muy bien, decidí que sí me iba a confirmar. Lo viví como darle una oportunidad más a este mundo. Y me confirmé. Creo que fue la primera vez que viví un rito de paso, sin ser consciente de lo que estaba haciendo.
Viéndolo desde fuera, muchos de los sacramentos (bautismo, comunión, confirmación, matrimonio, unción de enfermos, orden sacerdotal) tienen mucha conexión con ritos de paso: están vinculados a sucesos y transiciones vitales por los que todos vamos a pasar (exceptuando la orden sacerdotal, claro). Cada uno además sucede en momento definido del ciclo vital: infancia, niñez, adolescencia, juventud adulta, vejez (previsiblemente).
La confirmación es un buen sacramento, en sentido de estar diseñado para acompañar o adoctrinar (según se mire o se use) en un momento en el que el adolescente construye un sentido de identidad, y desarrolla la virtud de fidelidad hacia la comunidad en la que es identificado. En este sentido, la confirmación supuso un buen contexto de reflexión acerca de qué quería hacer en relación a mis compromisos con esto que llamos Iglesia.
Parece que accedí a comprometerme, pero no duró mucho. Una vez inicié la carrera de Psicología, al estudiar más de cerca esto de la mente, la conducta humana, el pensamiento, la estructura neuropsicológica, etc... empecé a entender que la religión no podía ser algo muy diferente de la Psicología. En cierta manera, la Psicología sustituyó mis intereses acerca de este tipo de cuestiones espirituales. Acaso no implica el prefijo Psi ¿algo relacionado con el alma? Desde luego, bien pronto tiré por tierra cualquier idea dualista que tuviera respecto a un componente (alma, espíritu) que se pudiera diferenciar del cuerpo, en en sentido de estar alojado en él. Idea que curiosamente popularizó Descartes.
Mis intereses, no obstante, seguían ahí, por lo que en segundo de carrera, aprovechando la opción de las asignaturas de Libre Elección, me matriculé en varias asignaturas de Filosofía, entre ellas Antropologia de la Religión, impartida por Joan Bautista Llinares. Disfruté mucho esa asignatura, que hacía un recorrido desde la antigüedad clásica griega, llegando a la obra de Mircea Elíade. Como parte del trabajo final había que seleccionar una obra y desarrollar una opinión crítica al respecto. Yo elegí una obra de William James, "Les varietats de l’experiència religiosa", lo pongo en catalán porque el curso era en catalán y por coherencia me lo leí en esa lengua. Este libro me gustó y me sensibilizó a tener en cuenta por ejemplo fenómenos muy interesantes sobre los que he escrito después, como la conversión (interesante proceso que implica una transformación de identidad). Además era interesante ver cómo la religión había afectado tanto, en Estados Unidos, al surgimiento de tantas escuelas de intervención terapéutico, muy centradas en lo que ahora se conoce tanto como pensamiento positivo.
Otra interesante influencia, sin duda, la tuve mucho más cerca. Fue mi relación con mi tía Maribel, que se ordenó como monja en la orden de Religiosas de Pureza de María. Mi tía fue una mujer extraordinaria, y como tal, muy compleja. Además de ordenarse como monja, estudió Química y varios cursos de Física que no llegó a concluir. Tenía una manera de pensar muy científica y rigurosa y al mismo tiempo muy religiosa. Desde luego tenía defectos, uno principal y que nunca entendí: era del Real Madrid. Eso vendría por la parte de la irracionalidad religiosa ;).
Hablábamos mucho, sobre todo a medida que yo me iba haciendo mayor. Era una persona que sabía escuchar. Creo que era la única persona en la familia de mi padre que sabía escuchar. No coincidíamos en casi nada, pero nos llevábamos muy bien. Tuvimos enfrentamientos curiosos. Unas navidades, el día de Navidad, aprovechando que estábamos casi toda la familia reunida, quiso representar escenas del evangelio relacionadas con el nacimiento de Jesús. Desde la Anunciación a María por parte del Arcángel Gabriel, hasta el nacimiento, claro. El caso es que aprovechó que había mucho sobrino por ahí y empezó a asignar papeles. A mí me tocó uno que me gustó especialmente: San José. Iba a participar sobre todo en la escena del nacimiento, en el que aparecíamos ahí un primo recién nacido, una prima que hacía de María, los tres reyes magos, claro, un sobrino que hacía de ángel, etc... etc.... Vamos os lo podéis imaginar. Como público teníamos a todos los mayores. Cuando salimos en esta última escena, mi tía se sorprendió (mientras nos dirigía) de que todos los mayores empezaran a sonreir y reir, llegando a carcajadas. Por un lado era todo un éxito, pero por otro lado, no era una escena cómica. ¿O sí? Yo salí con dos tenedores colocados en mis sienes, uno a cada lado, a modo de dos cuernos. Me los había sujetado con una cuerda y allí que me fui metido en mi papel. Bueno, no le hizo mucha gracia mi interpretación libre de la escena, y me parece que se convirtió en nuestro mayor conflicto. Enseguida nos disculpamos los dos, especialmente yo, y luego, más adelante nos pudimos reír bastante con aquello. Forma parte de nuestras anécdotas familiares.
Recuerdo una conversación interesante con ella. Me contaba que se iba a un retiro espiritual. Yo le pregunté que para qué. Me imaginaba lo terrible que sería eso si estaban todo el día cantando con la guitarrita (que es lo que entonces imaginaba que es lo que estarían haciendo). Su respuesta me intrigó. Aún lo hace. Su perspectiva era desde luego mucho más compleja que la mía. Yo ni sospechaba lo que quería decirme. Me dijo que iba a reencontrarse con la misa. Que uno de los problemas con estos rituales (y la misa no deja de serlo) es que de tanto repetirlos, dejan de tener significado. Se vacían de sentido. En esos retiros tenía la oportunidad de meditar sobre esto y resignificarlos, volver a conectar con esa práctica. Bueno, me intrigó entonces y creo que la entiendo mejor ahora.
Con 18 años hice el camino de Santiago. Sin ningún propósito religioso. Ante todo había un propósito deportivo y cultural, también de amistad, al hacerlo en un grupo de 6 personas. Recuerdo al llegar a Burgos, que en la catedral vimos a un grupo de unas 30 personas (mujeres mayormente) rezando el rosario, repitiendo una y otra vez la misma fórmula. Lo que yo pensé entonces fue: "qué absurdo". Evidentemente lo único absurdo era yo ahí, que claramente no iba más allá de lo que miraba sin ver mucho, sin enterarme. Poco después lo conecté con lo que me dijo mi tía y entendí algo más. No dejaba de ser un buen ejemplo de meditación, por medio de un mantra, en este caso el rosario. Podría haber estado en latín, o en sánscrito, hubiera dado igual. ¿Qué efectos producía repetir eso durante tanto tiempo? ¿por qué hacerlo? ¿qué razones, y propósitos? ¿por en grupo y no hacerlo en solitario? ¿qué añadía eso?
Esas empezaron a ser algunas de las preguntas que me plantearía después. Entoces con 18 años, sólo pensaba que era algo absurdo.
Tras terminar la carrera de Psicología, empecé la tesis y elegí junto a Emilia Serra, mi directora, estudiar la relación de los rituales y el desarrollo, en concreto los ritos de paso. Ahí pude leer mucho más acerca de lo que había ya iniciado en mi curso de antropología de la religión. Además empecé a viajar más. Hice mi estancia en Estados Unidos y estuve en contacto con la cultura de los Indios Navajos y algunos de sus rituales. Entrar en contacto con otras culturas y cosmovisiones religiosas me encantó, sobre todo al ver lo diferentes que eran. Igualmente eran diferentes las religiones cristianas protestantes de la zona de West Virginia donde estaba alojado. Todo esto, junto al tema de mi tesis, me volvió a sensibilizar sobre este tema, pero abordándolo desde una perspectiva más amplia.
Otra influencia, más sutil, fue mi contacto con el Karate, arte marcial que he practicado y practico desde los 12 años. Aunque mi Sensei (ahora Sihan) nunca desarrolló ningún aspecto místico, nada más alejado de su manera cercana, sencilla y directa de ser, en la práctica de cualquier arte marcial oriental se percibe la influencia de otros aspectos propios de esta cultura: en este caso el Budismo Zen. Practicar un arte marcial implica entre otras habilidades, desarrollar tu atención y tu concentración, sincronizarte con tu cuerpo pero también con tu compañero o compañeros. Igualmente hay muchos ejercicios (katas) que más allá de la repetición constante de ciertos movimientos, incluyen una filosofía de vida. Es una pena que muchas artes marciales se hayan convertido meramente en prácticas deportivas, competitivas. Muchas veces se deja a un lado ese final que tenía la palabra Karate-D0 (el camino de la mano desnunda). El Do implica un camino, un sentido de dirección, en la que la práctica del arte nunca termina. Como en cualquier disciplina artística. Viéndolo así, el Karate ha sido también una de mis influencias más grandes en esta materia.
A poco que me pongo a pensar, me empiezan a salir más y más experiencias personales con las que conectar un curso como éste. Voy a detenerme aquí, porque tampoco quiero hacer un post interminable. Ya es demasiado largo. Si has llegado hasta aquí, lector, muchas gracias.
Durante la próxima semana podremos explorar cuestiones más complejas que las que he mencionado, más sutiles y con más implicaciones prácticas para la vida cotidiana. Ése es el reto, y la magnitud de su incertidumbre me apasiona.
Un saludo
Alejandro